Una
de las principales cuestiones a resolver cuando se creó la ciudad de Mérida (25 a.C), fue la relativa al
suministro de agua, tanto para abastecer a las industrias como para satisfacer
las necesidades de los habitantes. Así, se crearon embalses y se canalizaron
manantiales encauzando sus aguas.
El
acueducto de los Milagros transportaba el agua recogida en el embalse de
Proserpina y se construyó para salvar el gran valle del río Albarregas. Cuenta
con una potente arquería de 830
m. de larga y 25 m. de altura máxima.
Para entenderlo, podemos visualizar un embalse lleno de agua situado en un lugar alejado de la población a la que se pretende abastecer y una conducción que parte y se abastece del agua almacenada. La conducción a simple vista parece totalmente recta pero no lo es. Cuenta con una pendiente minúscula pero suficiente y necesaria para que el agua corra sin desbordarse ni romperla. Para mantener ese fluir concreto, a veces son necesarios rodeos y trazos de conducción que parecen absurdos pero que en realidad, consiguen mantener la fuerza del agua deseada.
Es una
gran obra pero que además de lo funcional, puede suponer una oportunidad para
crear belleza. Así, la construcción del mismo se convierte en una expresión
artística, un elemento donde poder reflejar sensibilidad, fuerza, sabiduría,
equilibrio, serenidad, sencillez, majestuosidad, y casi eternidad pues los
arquitectos de la cultura romana construían con la intencionalidad de que sus
obras fuesen lo más duraderas posibles en el tiempo. El acueducto formará parte
de la ciudad y esas impresiones envolverán y se mezclarán con el trajín o el
descanso cotidiano de la población emeritense, convirtiéndose de este modo en
una obra de arte arquitectónica que trasmite sensaciones.
En
cuanto a los materiales utilizados, en la parte externa del acueducto se
intercalan cinco hiladas de granito con cinco hiladas de ladrillo que además de
la función estética, sirven para amortiguar el peso del granito utilizado en
una obra de esa altura tan considerable a la que también sustentan
contrafuertes ataludados en sus laterales. La argamasa o mortero que forma el
interior de la construcción está compuesta por cal, agua, cantos de río y cerámica
o ripio, consiguiendo un núcleo compacto y de una solidez extraordinaria. A
este tipo de hormigón romano se le denomina opus caementicium (del latín
caementum de donde procede nuestro vocablo cemento).
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